Buzón de Alcance 219

15 B u z ó n a b i e r t o lescentes de distintas edades. Los principales factores de ries- go que señalan en el informe son: 1. En general, los trastornos mentales suelen ser más fre- cuentes en mayores de 12 años, mientras que los de con- ducta aparecen en edades más tempranas. 2. Otro aspecto a tener en cuenta son las diferencias por sexo. En edades más tempranas los niños presentan pro- blemáticas similares y con una análoga distribución, pero es a partir de los 8 años de edad cuando se advierte un cambio de tendencias, y es cuando se nota que los tras- tornos mentales se concentran más en las niñas y los de conducta en los niños. 3. Un tercer factor a analizar reside en las diferencias por origen de los padres y madres. Los niños y adolescentes de origen migrante en proporción sufren un mayor núme- ro de trastornos de conducta y/o mentales. Además, hay que tener en cuenta que estos menores de origen migrante tienden de media a vivir en hogares más pobres, y esta mayor vulnerabilidad económica, en algunos casos unida a una situación de irregularidad o a cambios culturales o de idioma, puede suponer también mayores dificultades para acceder a nuestro sistema sanitario. 4. Entre los factores de riesgo para la salud mental de la in- fancia y adolescencia, incide también el nivel de renta. Hay más niños y adolescentes con trastornos mentales y/o de conducta en los hogares con rentas más bajas. Por el con- trario, en hogares de renta alta es menos probable que los menores padezcan este tipo de problemáticas. Esta relación directa se daba ya antes de la pandemia, pero es especial- mente preocupante debido al contexto actual en el que las desigualdades siguen acrecentándose por la crisis provocada por la COVID-19. El informe señala que la incidencia de es- tos problemas es tres veces mayor (10 %) en las familias sin empleo que entre la infancia y la adolescencia que vive en familias que han conservado el empleo (3 %) tras la crisis de la COVID-19. Esta situación tiene un fuerte impacto sobre aquellos niños y adolescentes que viven en hogares que se han enfrentado en los últimos meses a una gran incertidum- bre sobre su futuro laboral. Este estrés y ansiedad de sus pa- dres o cuidadores pueden causar la aparición de trastornos. 5. Hay que tener en cuenta otros factores de riesgo y con- ductas relacionadas con la aparición de trastornos men- tales y de comportamiento en niños y adolescentes. Por ejemplo, el acoso escolar o el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas, junto con la violencia o los malos tratos a los que se enfrenta la infancia, impactan negativamente sobre su salud mental. Es importante resalta el papel tan relevante que tiene la es- cuela, en el cuidado del bienestar y la salud mental de sus estudiantes. Para poder detectar situaciones potenciales de malestar y realizar una labor preventiva, la escuela debe or- ganizar sus actuaciones y diseñar planes fundamentalmente preventivos, pero también debe dotar al alumnado de recur- sos y estrategias para mantener una relación ajustada y sana consigo mismos y con los iguales, utilizando en este caso el concepto de prevención, que supone evitar situaciones perju- diciales mediante la dotación de recursos personales. Pero la escuela no debe estar sola ante este reto. Son imprescindibles sistemas de detección compartidos entre toda la comunidad educativa, para que nadie vuele fuera del radar que permi- te cuidar a los alumnos y detectar situaciones de malestar. Finalmente, un buen plan debe contar con los recursos del entorno para ofrecer buenas respuestas a los problemas que pueda presentar el alumnado y un entorno adecuado para que su socialización en la escuela se convierta en un verdadero factor de protección de su salud mental, sin olvidarnos el sis- tema sanitario, principal agente de prevención, detección y tratamiento. Una vez más, ante un problema importante, nos encontramos como el trabajo compartido de muchos agentes: familia, sani- dad y educación son cruciales antes, en la prevención; duran- te, en el acompañamiento, y posteriormente, en la observación y el cuidado, para evitar recaídas o consecuencias mayores. La escuela no debe estar sola ante este reto. Son imprescindibles sistemas de detección compartidos entre toda la comunidad educativa.

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