Buzón de Alcance 206

ninguna innovación con respecto a lo que hacían los grandes maestros en Grecia. La “profesión de maestro” abarca no solo la transmisión del conocimiento, sino también la capacidad de posibilitar que el alumno lo utilice, construya sobre él e incluso desarrolle nuevos campos del saber. Pero como los gobernantes sistemáticamente convierten a los profesionales de la educación en vigilantes, transmisores, cuidadores, capacitadores, mediadores, burócratas, administrativos y un sinfín de cosas más, desdibujan nuestra profesión y transmiten a la sociedad su minusvaloración de nuestra especialización. Si podemos hacer todo, no sabemos hacer nada. La continua desautorización del profesorado viene de esta “des-especialización”. Y se pone de manifiesto cada vez que se realiza una “reforma educativa”. Las reformas educativas se llevan a cabo sin la presencia de profesores. Es la forma más eficaz de transmitir a la sociedad que no somos especialistas en educación, ya que los cambios mayores y más profundos se pueden llevar a cabo sin docentes. ¿Se podría realizar una reforma sanitaria sin la participación de los médicos? ¿Se vería normal que un pequeño grupo de pacientes de un hospital decidiese quién debería dirigirlo? ¿O quién debería ser el cirujano jefe? ¿O si es mejor realizar una intervención quirúrgica de tal o cual manera? ¿Podemos elegir la quimio que nos deben dar? De igual manera que no hemos alcanzado en un solo día el conocimiento universal que tenemos actualmente, tampoco hemos llegado a esta situación de descrédito por un solo hecho ni bajo un solo partido político. Han sido décadas de menosprecio, no solo hacia los profesionales sino también a la red pública educativa. La escuela pública fue la herramienta democratizadora del siglo XIX. En 1820, más del 80 % de la población mundial era analfabeta. Hoy, gracias a las redes públicas, estamos en torno a un 20 %. A veces, cuando veo cómo los políticos “juegan innovando” con la educación pública, me pregunto: “¿A dónde llevará a sus hijos?”. Es curioso comprobar a veces cómo los defensores más acérrimos de las enseñanzas posmodernas optan por las ofertas educativas más tradicionales para sus hijos. Los inventos para otros. La innovación de la educación es necesaria. El avance, el progreso son intrínsecos al conocimiento. Pero debe ser una innovación basada en la experiencia recogida en las aulas y pensada para lograr objetivos educativos. No para hacer progresar ideologías, tendencias, modas ni tampoco planteada como único objetivo. Al abordar la educación o su reforma, es necesario colocar al alumno y sus necesidades actuales y futuras en el centro del debate, y no olvidar que el docente es el especialista sobre quien se fundamenta el proceso educativo. Sin profesor, no puede existir la educación formal. Sin educación formal, sin la transmisión de nuestro conocimiento universal acumulado de forma sistemática y organizada, estamos condenados a la “pre-historia” que conlleva necesariamente la repetición de la historia, el continuo aprendizaje del presente. Es esta nuestra mayor riqueza, la de no partir de cero cada mañana o generación, y esto marca la diferencia, en realidad, con el resto de las especies. Empezamos cada día partiendo de miles de años de conocimiento. Post data. Un aparte: la realidad es tozuda Ya sé que la educación es desafortunadamente uno de los campos de batalla de los partidos políticos; sin embargo, por el bien de los alumnos, es necesario que las reformas, los proyectos o los planes educativos que formulan los políticos y pedagogos sean realistas. Que se planteen si realmente consideran posible una educación de calidad, inclusiva, con clases de 25 alumnos, donde hasta 25 de ellos podrían tener necesidades educativas especiales, ya que no existe legislación estatal vigente al respecto. Pero sin llegar a esos extremos, ¿qué tal 25 alumnos, cinco con necesidades educativas especiales y otros cinco con necesidades educativas específicas? Lo que nos lleva a entre 6 o 16 programaciones distintas para “transmitir” no sé cuántas “habilidades”, “capacidades” o “destrezas”, todo en periodos de 50 minutos, sin olvidar la formación integral, completa, transversal, individual y comprensiva. Y ahora hagamos un ejercicio de visualización. Pongan caras de niños y niñas de primero de Infantil (tres añitos) a esos 25 alumnos. Y en su imaginación déjenles cobrar vida y moverse por el aula. Ahora, pónganles caras de adolescentes de 14 años y déjenles cobrar vida. Somos profesores. No somos magos. N u e s t r a o p i n i ó n 5 La escuela pública fue la herramienta democratizadora del siglo XIX En las últimas décadas nuestra “especialización” se ha desdibujado

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