Buzón de Alcance 192

N u e s t r a o p i n i ó n 6 quiere viajar en el vehículo de exigencias mínimas inten- ta imponer a toda costa el imperio del mínimo esfuerzo. Una sociedad en la cual un suspenso ya no es un sus- penso, el título de la ESO se obtiene hasta cuando uno no quiere, donde las universidades certifican un nivel de C1 en un idioma solo por “aprovechamiento” (tradu- cido pagar la matrícula y asistir a clase), donde los requi- sitos se denuestan ante los derechos o la felicidad de los aspirantes, donde el prestigio de sus universidades públicas está en caída libre por la necesidad de llenarlas de alumnado, donde los deberes se definen como un artilugio de tortura, y las calificaciones escolares nega- tivas, instrumentos de seres sádicos. Y sigo citando a Ortega y Gasset: La primera condición para un mejoramiento de la situación presente es hacerse bien cargo de su enorme dificultad. ... Es, en efecto, muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demago- gos han sido los grandes estranguladores de civi- lizaciones. Sigue hablando sobre los demagogos y su afán por la revolución absoluta, que pasa forzosamente por el obli- gado olvido de nuestro pasado, por la destrucción con- cienzuda de nuestra historia, que nos fue separando de los animales que no tienen memoria. El hombre, en cambio, merced a su poder de recor- dar, acumula su propio pasado, lo posee y lo apro- vecha. El hombre no es nunca un primer hombre: comienza desde luego a existir sobre cierta altitud de pretérito amontonado. Éste es el tesoro único del hombre, su privilegio y su señal. Y la riqueza menor de ese tesoro consiste en lo que de él parez- ca acertado y digno de conservarse: lo importante es la memoria de los errores, que nos permite no cometer los mismos siempre. Cuando miro alrededor, veo una ciudad hecha capa sobre capa de inventos físicos y organizativos que nos han traído al presente. Un presente en el que todos tenemos derecho a la educación, la sanidad, donde las desigualdades con las que nacemos se atenúan o rectifican con la aplicación de nuestros conocimientos científicos, entre los cuales necesariamente incluyo los sociales. Oigo el sonido de nuestros antepasados trabajando para ofrecernos el bien- estar de nuestra sociedad, cada uno en su sector, en su parcela. Vivo el privilegio de ser heredera de tanto esfuer- zo, fruto de aquellos que se exigieron mucho y acumula- ron sobre sí mismos dificultades y deberes. Me horroriza este afán de destruir todo lo anterior, el desprecio a miles de años de conocimiento, de avances, de triunfos parciales sobre la naturaleza, entendida esta como el estado primitivo en el que el individuo se encuentra solo frente al hambre, la enfermedad, su pro- pia ignorancia y sus limitaciones físicas. Esta bajada al nihilismo nos lleva al desierto del esfuerzo, de la búsqueda, de los avances. Nos priva de alimentar a mentes que bajo las circunstancias adecuadas podrían producir la cura del cáncer, la respuesta al hambre mun- dial, la solución para el mantenimiento de nuestro eco- sistema, el entendimiento del infinito; resumiendo, la evolución de nuestra especie. Curiosamente se da la coincidencia de que son precisa- mente muchos de los que creen en la teoría de la evo- lución, desdeñando otras creencias, los que ahora se dedican a destruir gozosamente los frutos de esta evo- lución del ser humano. Y tal vez sea por lo que apunta Ortega y Gasset: Porque, en efecto, el hombre vulgar, al encontrarse con ese mundo técnica y socialmente tan perfecto, cree que lo ha producido la naturaleza, y no piensa nunca en los esfuerzos geniales de individuos exce- lentes que supone su creación. Menos todavía admitirá la idea de que todas estas facilidades siguen apoyándose en ciertas difíciles virtudes de los hombres, el menor fallo de los cuales volatili- zaría rápidamente la magnífica construcción. Digan lo que digan la Ley, los legisladores y la masa, un sus- penso es un suspenso, lo llamen como lo llamen, y solo el esfuerzo, el trabajo, y la disposición de acumular sobre uno mismo dificultades y deberes nos librará de esta rebelión de la mediocridad y de ser boyas a la deriva. El hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás Oigo el sonido de nuestros antepasados trabajando para ofrecernos el bienestar de nuestra sociedad

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