Buzón de Alcance 189

Si esto ya es todo un milagro, llegamos a Secundaria y nos encontramos con que se supone que todo esto lo tenemos que repetir con treinta chicos que vienen de treinta casas distintas con treinta ideas distintas sobre lo que quieren para la educación de sus hijos y con trein- ta niveles distintos, y antes de empezar a trabajar para alcanzar los “objetivos”, “competencias” o “capacidades” vemos que en nuestra aula hay alumnos que tienen: 1. mucho nivel y están motivados; 2. mucho nivel pero no están motivados y a ver cómo los controlamos; 3. un nivel normal y están motivados; 4. un nivel normal y están menos motivados y, por tanto, habrá que ver cómo les enganchamos; 5. un nivel más bajo, pero están motivados y dis- puestos; 6. un nivel más bajo y no están motivados ni dis- puestos en absoluto. Hay que recordar que, además, tenemos alumnos con necesidades educativas especiales y con altas capaci- dades. Y por último, los que se encuentran en cualquiera de estos grupos señalados antes y además: 1. están dispuestos, a la primera oportunidad, a intentar provocar algún incidente gracioso o no tan gracioso; 2. tienen padres que consideran que la educación de sus hijos es importante y encontramos el apoyo familiar necesario para motivar, reforzar, controlar; 3. tienen padres a quienes no les importa mucho lo que hacen sus hijos en clase y piensan que tu asignatura, aunque sea matemáticas, no sirve para mucho y que con contar y multiplicar sus hijos saben ya de sobra; 4. vienen de familias con todo tipo de problemas. Y aquí aparece la parte mágica, cada día, dentro de las aulas de Infantil, Primaria, Secundaria y el resto de ense- ñanzas: lo intentamos y muchas veces logramos los objetivos marcados y otros que nos marcamos, a pesar de que a nosotros, los expertos en educación, los que vivimos la realidad del aula día a día, nadie se digna a escucharnos y nos imponen teorías, metodologías, ocurrencias y restricciones muchas veces totalmente contradictorias entre sí. No nos preguntan ni una vez qué creemos que deberían estudiar, cómo consideramos que sería la mejor forma de conseguir los objetivos planteados, qué carencias importantes tiene el sistema para lograrlos, qué necesi- tamos para intentarlo, qué parte de su plan creemos que puede suponer un problema a la hora de implantarlo. No. ¿Para qué preguntar, si la Administración, los políticos, los pedagogos y algunas asociaciones de padres viven felices en su mundo teórico de imagi- naria y mágica perfección y lo único que les preo- cupa es cómo justificar el fracaso de sus excelsos, maravillosos, politizados e ideologizados planes edu- cativos, achacando las culpas a otros , avivando en el imaginario popular la idea de que gran parte de los pro- fesores somos vagos, incompetentes, incultos, y que nuestra experiencia y opinión en absoluto son necesa- rias para decidir cómo realizar nuestro trabajo dentro de un aula? Trabajamos contracorriente, con ratios elevadas, presu- puestos ajustados, padres que no quieren deberes, otros que quieren muchos deberes, administraciones educa- tivas que quieren que los resultados sean favorables en informes internacionales, asociaciones a las que les da igual y prefieren que seamos guarderías, expertos que hablan de innovación pero que al final quieren que aprendan lo de siempre. Todos opinan, todos imponen sus creencias... todos menos nosotros. Es cierto que el maravilloso mundo de la educación es de algún modo mágico y eso todos los profesores lo sabemos, y aunque es verdad que tenemos algo de magos, hasta nuestros alumnos, muy puestos en Harry Potter e historias parecidas, saben que incluso la magia tiene sus limitaciones. N u e s t r a o p i n i ó n 8 Todos opinan, todos imponen sus creencias... todos menos nosotros

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