Buzón de Alcance 187

graves de la educación actual es “el menosprecio, por parte de algunos padres y alumnos, de la autoridad de los profesores”. Seguimos leyendo y nos cuesta creer esta afirmación: “las teorías y técnicas pedagógicas deben supeditarse al conocimiento fundamental por parte de cada profesor de las materias que enseña”. Tan original es en el nuevo contexto teórico-educativo, donde “expertos” y “cientí- ficos” nacionales e internaciones no hacen más que rei- terar la preeminencia de la forma (cómo enseñar) sobre el fondo (qué enseñar), que debemos releerla para con- firmar su existencia. Y descubrimos que los autores de la declaración han consultado a los verdaderos expertos: quienes están en las aulas. Y estos les han hablado, sencillamente, de sus dificultades para ejercer la docencia. Y los académicos, serios y profundos, han tomado nota de que algunas no son “mensurables estadísticamente, pues tienen más que ver con las actitudes que con las aptitudes de los estu- diantes”. Así, en cursiva, para que resulte más claro, en un guiño a la jerga logsiana. En términos de objetivos, el documento académico –breve, sencillo y apto no solo para iniciados– propone objetivos prioritarios de ese pacto anunciado: “no se trata primordialmente de producir trabajadores, sino de formar ciudadanos instruidos, responsables y compe- tentes”, pues no ha de pensarse exclusivamente en el mercado laboral, sino también en la inserción de cada persona en la sociedad, con derechos y obligaciones. Y así pasa a enumerar sintéticamente cuanto aportan las diferentes ramas del conocimiento a la formación del alumno. Especialmente actual resulta la referencia al “adanismo”, un “vicio” que, como es obvio, procede de la ignoran- cia: “Sin el conocimiento de la larga estela del pasado –afirma sin complejos el texto– resulta imposible enten- der y valorar el presente, así como proyectar el futuro”. Como no podía ser menos, los sabios autores nos recuer- dan el papel de la menospreciada filosofía en la forma- ción de ciudadanos reflexivos y críticos, y cuánto debe- mos a la Ilustración –cuyo espíritu dio origen a estas academias– en términos de derechos de las personas, entre los cuales se incluyen la educación y la cultura, y de avances sociales hacia el estado de bienestar. La “volatilidad normativa” –declaran– atenta contra la obligación de los gobiernos de universalizar el conoci- miento y el perfeccionamiento personal que este pro- picia, motivo por el cual urgen a la plasmación de un pacto de Estado por la educación. Ni rastros en la propuesta académica de esos imposibles y peregrinos razonamientos con los que nos atiborran últimamente numerosos escritos, con el solo fin de con- cluir que los profesores debemos formarnos más para la “nueva educación”. Y, por supuesto, enseñar menos. Entendemos, entonces, que además de “aprender a aprender”, los alumnos deben “aprender a pensar”, y para ello es imprescindible poner en marcha esos meca- nismos internos que el estudio –otro olvidado– tan bien aceita. Por este momento de reflexión con los pies en la tierra y, sobre todo, por desmarcarse del tsunami orquestado por teóricos de escritorio, cuya desconexión con la rea- lidad de las aulas hace pensar que si cataron un alum- no fue in illo tempore , gracias, señores académicos. 12 N u e s t r a o p i n i ó n

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