Buzón de Alcance 186

que sus esfuerzos son inútiles y en consecuencia dejarían de esforzarse. El otro escenario posible sería la “fuga” de profesores buenos a determina- dos centros y por lo tanto la concentración de pro- fesores malos en el resto. Los centros malos esta- rían condenados a ser centros malos. Este no es uno de los objetivos de la Educación. Se trata precisamente de dar respuesta a los proble- mas del sistema, pero no de empeorarlos. Hasta aquí la reacción lógica de cualquier persona con un mínimo conocimiento de nuestro sistema educativo. Pero este planteamiento y las conse- cuencias apuntadas no son más que la punta del iceberg. Siendo evidente que un profesor “bueno” no debería cobrar lo mismo que un profesor “malo”, el problema es que haya profesores buenos y malos. Y si esto es así hay que ir a las causas. Todos los profesores reciben la misma formación, pasan los mismos filtros de acceso a la profesión docente y cuentan con los mismos sistemas de supervisión, evaluación e inspección. Esto debería garantizar un nivel mínimo de com- petencia profesional en todo el profesorado que impidiera la existencia de profesores “malos”. Y si los hay, en ningún caso se les puede culpabilizar. No les han regalado el puesto y en consecuencia es lógico que su salario sea el mismo que el de los demás. Si, en el sistema educativo, se detecta lo que se puede entender como un profesor “malo”, en prin- cipio debe responder a dos posibles situaciones: que sus competencias profesionales no sean las adecuadas, en cuyo caso la responsabilidad es atri- buible a fallos en el proceso de selección y la solu- ción pasa por corregir los defectos mediante un potente plan de formación permanente; o que su actuación como profesor no cumpla con los están- dares mínimos necesarios (no académicos), en cuyo caso se deben poner en marcha los mecanis- mos que corrijan esos comportamientos o que conduzcan a su expulsión de la función docente. Y esto nos debería llevar a debates serios y pro- fundos sobre la profesión docente y especialmente sobre la formación inicial, el acceso a la función docente y la formación permanente del profeso- rado. Estos tres aspectos son fundamentales para mejorar la calidad del profesorado y por consi- guiente la calidad de nuestro sistema educativo. Pero volviendo al inicio, un tema que no se puede obviar es el de la dedicación. Aquí sí que hay dife- rencias. Un profesor puede limitarse a cumplir con su obligación, tanto laboral como profesional, es decir horaria y docente, lo cual es perfectamente legítimo y para eso le pagan, o puede aumentar su nivel de implicación en uno o varios de los ámbitos en los que se desenvuelve. Esto sí que marca dife- rencias entre profesores. Por ejemplo un profesor que se esfuerza para impartir su asignatura en inglés, uno que incrementa su jornada para aten- der mejor a sus alumnos, o uno que realiza cual- quier actividad adicional a las legalmente estable- cidas. Indudablemente merecen una recompensa que se puede traducir en un incremento salarial. Es por lo tanto fácil concluir que, a priori , todos los profesores son buenos, que el hecho de que algunos sean mejores no convierte al resto en malos y que el salario de un profesor debería estar vinculado al desempeño profesional personal, pero nunca a los resultados de un centro. B U Z Ó N A B I E R T O 6

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