Buzón de Alcance 164

E N la enseñanza se ha instaurado una forma de descrédito: la rumorología. Decía Azaña que “en España los rumores arraigan con más facilidad que las acacias”. Por eso en nuestra piel de toro los chismes, rumores, leyendas urbanas y demás especies de la fami- lia de la murmuración se propagan como un reguero de pólvora. Este deporte nacional alcanza su máxima expresión en los corrillos de las puertas de los colegios. Estos grupos de choque han trasformado las entradas y salidas de los alumnos en antesalas donde algunos padres y madres se erigen en jueces y verdugos de las supuestas actuacio- nes de algún profesor que, sin conocimiento de causa, se convierte en el blanco de críticas infundadas. Ya se sabe que en el campo de la educación, al contra- rio que en el resto de las profesiones, todo el mundo sabe de todo. No es difícil encontrar “expertos en edu- cación” que pretenden dar lecciones de pedagogía a profesionales que por su preparación y experiencia conocen su oficio a la perfección. Hablar “ex cátedra” y criticar sin ningún pudor todo lo referente al aprendi- zaje de sus hijos, los métodos de enseñanza, las normas de conducta, los contenidos, la evaluación, etc. se lleva a gala, sobre todo cuando sus disertaciones son segui- das con expectación por el resto de los contertulios. Esta rumorología se ha convertido en una fuente de poder y pobre de aquél al que sitúen en su punto de mira; estará sentenciado y no cejarán hasta conseguir, sea como sea, su descrédito profesional. Una vez que haya caído en desgracia sin motivo, su credibilidad como docente quedará por los suelos. Lo que comienza como un rumor, estalla como una tempestad. Los corrillos comienzan a ganar adep- tos. Se gesticula, los tonos de voz se elevan y se espera con impa- ciencia la salida de los escolares para preguntar con ansia conte- nida por los derroteros por los que ha trascurrido hoy la clase. Los alumnos aludidos, sin- tiéndose protagonistas de la historia, observan a lo largo de la jornada cada una de las palabras, gestos y actua- ciones del profesor, saben que de la historia que relaten depende su minuto de gloria y, como niños que son, lo aprovechan. Reprender una conducta, permanecer unos minutos más en clase con los alumnos, ser exigente para que traba- jen o aprendan, se convierte en un excelente caldo de cultivo para convertir al profesor en sujeto agente de humillaciones, actos agresivos, desconsideración o acoso hacia los alumnos; y cómo no, merecedor de escarnio público y denuncia. Y si alguna madre o padre preten- de, con buen juicio, dar una opinión distinta o una visión más objetiva para poner fin a este despropósito, se encontrará con el vacío y la oposición frontal del grupo. Nadie está ajeno a esta situación y nada de lo que le ocurra a mi compañero me es ajeno. Ser el siguiente en sufrirlo sólo depende de la postura que como claustro adoptemos en estas situaciones. De nada nos va a ser- vir el pensar que como yo no he hecho nada nunca esta- ré en esta situación (hablo con conocimiento de causa). Puede darse la paradoja de que un profesor cabal, ínte- gro, profesional puede llegar a ser pisoteado en su dignidad por un padre o una madre que, con inten- ción de hacer daño y sin ningún escrúpulo moral, quiera desacreditarle. Y así, si el profesor reprende una conducta antiso- cial está “amenazando”, si coloca a un alumno en la última fila porque no para de hablar y no deja dar la clase le está “discriminando”. En fin, cuando el profesor intenta que el alumno trabaje y estudie, le está “traumatizando”. ¡Y aun así nos sorprende que un 30% de nuestros alumnos abandone el Sistema Educativo sin haber conseguido nada…! Inmaculada Suárez Valdés Secretaria estatal de Comunicación Coordinadora estatal del Defensor del Profesor De chismes y rumores Alegoría de la Fama, Museo de Cerámica, Alcora, Castellón. Foto: Juan F. Morillo, ITE, Ministerio de Educación. D E F E N S O R D E L P R O F E S O R 18

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