Buzón de Alcance 160

D E F E N S O R D E L P R O F E S O R 15 L AMENTABLE. No se me ocurre otra palabra que defina mejor la situación. Sean ricos o pobres, de clase alta, media o baja, existe en algunos grupos de adolescentes (y no tan adolescentes) un denomina- dor común en sus actuaciones: su mala educación . Durante días (son exactamente los mismos que duran las imágenes de vandalismo en la televisión, les invito a que lleven la cuenta), en la calle, el mercado, las tertulias… el tema se trata con preocupación. –¿Hasta cuándo todo el mundo –y los primeros los padres– van a consentir a estos chicos hacer su santa voluntad? –¿Pero no hay nadie que les ponga los puntos sobre las íes a estos muchachos sin control? La señora que comenta con enfado la situación, tiene las cosas claras… o al menos eso parece; porque no acaba de salir por la puerta de la pana- dería cuando, desde detrás del mostrador, se me informa con voz confidencial: “¡Cómo tendrá tanta cara! No hace tanto, la armó gorda en el centro de su hija porque la habían suspendido. No sé por qué habla, si es la primera en defender a sus hijos, hagan lo que hagan”. Debe ser epidemia nacional. Decimos una cosa, pensamos otra y actuamos de forma totalmente diferente cuando la situación tiene algo que ver con nosotros. Los padres en ocasiones nos convertimos en paladines sin causa de nuestros retoños defendiendo lo indefendible, y así nos va. Se podría escribir un libro de chistes o disparates al res- pecto, si no fuera porque estas situaciones no tienen nada de cómico. En cada denuncia, en cada enfrenta- miento, entran en juego nuestro prestigio, el respeto que merecemos como profesionales y educadores, y la sen- sación de indefensión ante alumnos, padres y Adminis- tración. Resultan insultantes a la razón los argumentos que se esgrimen para justificar lo injustificable. Que a mi hijo de 1.º de ESO se le sanciona por cortar las cuerdas de las persianas de la clase… (¡grave error!). El verdadero respon- sable es el profesor, que no ha tenido en cuenta que es un menor para encomendarle la tarea de ir a buscar una cuerda a clase. El muchacho, al fin y al cabo sólo inten- taba, con toda la buena voluntad del mundo conseguir- la, a pesar de que la cuerda no se encontraba donde según el “profe” debería estar. Que a mi hijo se le sus- pende porque se le “pilla copiando” y con más chuletas en el estuche que en una carnicería… Mediante un escri- to al que doy entrada en el centro, manifiesto que espero se subsane el error. El muchacho no ha copiado. Además, él no tiene la culpa de que el profesor sea un irresponsable permi- tiendo tener a los alumnos los estuches encima de la mesa; y por otra parte ¿con qué derecho ese profesor se atre- ve a invadir la intimidad de su hijo abriéndole su estuche?... Con estos y otros mimbres, ¿quién va a osar poner los puntos sobre las “íes” a estos adolescentes? Estamos proporcionando a nuestros niños y jóvenes todos los ingredientes necesarios para cocinar una mala edu- cación : padres permisivos que, además de no poner reglas ni límites a sus hijos, no consienten que nadie se los ponga; centros educativos donde es difícil, en algunos casos, educar sin el apoyo de los padres ni de la Administración; res- ponsables de educación que se inhiben ante un conflicto porque es mas cómo- do no enfrentarse a los problemas, una sociedad que les habla de sus derechos pero no de sus deberes y un sistema jurídico que permi- te a estos adolescentes que sus actos, sean los que fue- ren, no tengan consecuencias. ¿Y todavía nos preguntamos la razón por la que se dan comportamientos antisociales entre nuestros jóvenes? Inmaculada Suárez Valdés Coordinadora del Defensor del Profesor La mala educación El apodo de Pichulita. Ilustrador : Blanca Helga de Miguel Rubio . ITE, Ministerio de Educación.

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